Fig. 1. Fotografóa proporcionada por la familia Feijóo Molina)
Leonel Feijóo.
Leonel Feijóo.
Amor,
ternura, furia
y amor por la tierra
Claudio C. Torres T.
Era el mediodía del 7 de octubre de 2003, la ciudad
se movía a medias tintas ya que para muchos era un día feriado localmente, pues, el día y noche
anterior concluyeron los eventos conmemorativos de la fundación de Zamora. Nos
envolvía un chuchaqui mortificante, cuando de pronto el “ring” del teléfono
hizo saltar mi humanidad. Con cierto desgano levanté el artefacto hasta mi oído…al
otro lado, un muy allegado amigo al cual lo saludé, luego,..... ¡Qué dices!...
y un largo silencio vino.
De pronto una gélida maldición se apoderó de mi
cuerpo, mi rostro tomó el color blanco
hueso de la habitación de mi amigo Ángel, a donde hasta ese momento
inconscientemente yo había caminado al escuchar tan espeluznante noticia. Sí…al
otro lado del teléfono, mi buen amigo Guillermo Villa, me confirmaba que en un
accidente de tránsito en la vía Yangana Zumba había fallecido Leonel Feijóo.
Al parecer
éramos de las últimas personas en enterarnos de una noticia que ya circulaba
por las calles a medio transitar de nuestra apacible Zamora. Es que la figura
de Leonel estaba impregnada en todas las
esquinas de la ciudad, ya que en sus
facetas de médico, político y escritor había recorrido toda nuestra geografía,
cargado de sus afanes y ejecutorias por mejores días para la población. Él
mismo ya lo dijo en alguno de sus publicaciones: “nosotros somos solamente un eslabón de este largo trajinar de la conciencia
civilizada. Estamos desempolvando las plumas guardadas en los tinteros
manchados de sangre y oro de nuestra tierra”.
La verdad; desde
que era un niño había conocido a Leonel, ya que mis familiares también fueron
sus pacientes. Luego, sería por el año 1996 cuando nos hicimos amigos, primero, a través
de sus poesías, tributarias de esa obra llamada “Yayamayu”, neurálgica en la
producción poética de nuestra provincia, obra en la que también intervienen
Tito Peña, la extinta dama Sra. Martha Ojeda, la Dra. Rosa Elena Rey y Armando
Romero, poetas zamoranos. A través de esta poesía publicada por el Fondo
Editorial de la CCE, me relacioné mucho
con las letras de un médico que hablaba de los encantos naturales de su tierra
y donde se puede notar que ya empezaba a desprenderse de su vida en el urdir de
los versos dedicados la esposa, a su
madre, a su padre, a sus hijas e hijo de los cuales vivió enamorado hasta sus
últimos alientos!.
Es en esta poesía,
clara como nuestro río “bombuscaro”, en la que él se devela como un “hombre de
patria sin fronteras”, porque fue un loco enamorado de la vida, danzando
siempre con la alegría, la que le coqueteaba y le contoneaba sus mejores
perfiles, aun cuando los problemas y las adversidades arreciaban. Es en esta
poesía clavada de realismo, donde él empieza, incluso, a prefigurar su destino
porque en unos de sus versos anuncia que “no
quería llegar a viejo porque el caminar lento le lastimaría”. Verdaderamente
fue un hombre de pasos largos, de apresuramientos en las tareas que realizaba.
Sin embargo, su
proverbial sensibilidad con el dolor del pueblo, le hacía tomar poses
iconoclastas, siempre contestatario con las malas decisiones de los gobernantes
locales y nacionales. Recuerdo que a pocos días del infausto feriado bancario
de 1999, en un editorial de la revista “Yaguarzongo” No. 5, escribió: “No queremos soluciones de los Miami Boys,
Chicago Boys, o los niños Harvarth. Queremos soluciones criollas, que atenúen
el sufrimiento de los Anchundia, Morochos, Paccha, Tiwi, Gualán de tantos y
tantos otros”. Inclusive fue un hombre que vio llorar a Dios: “en la parturienta, en la prostituta, en el
niño hambriento y haraposo, en la madre sufriente”. Así trascurría su vida
hasta que “la nave de la parca encalló en
su puerto”.
La música me
acercó a Leonel... Sí. En años posteriores, los géneros de música que siempre
hemos cantado con Ángel Valladares, y un ansiado proyecto de formar un coro
institucional de la CCE, (Para entonces él fungía de Presidente del Núcleo
Provincial) produjo calurosos encuentros personales con Leonel, situación que
también lo comenta en el editorial antes mencionado. Es en estos tiempos en que
empezamos a conocernos personalmente. Me atrevo a aseverar que por la afinidad
y lo amenas que resultaban las tertulias con Leonel, parecía que nos hubiésemos
conocido toda la vida.
Atreviéndome a
contar algo de su producción literaria, desde mi modesta percepción, debo decir
que su aguzada pluma, sin duda la
podemos advertir en su segunda producción poética “Gritos de la Sangre”
(año 2000). Para entonces, el maná literario nos había llegado a Zamora, de la
mano de Leonel. En ésta poesía; a veces entregada, otras veces esquiva,
milagrosa, nos habló de tres momentos inevitables en todo ser humano: tiempos
de nostalgia, tiempos de ternura y tiempos de furia como ingredientes
necesarios para sobrevivir. No fue un hombre de rutinas, ya que todos los días
se movía, física o intelectualmente,
pero se movía. Sin embargo, en tiempos de nostalgia se dio espacio para
hablarle por ejemplo a la costumbre:
Me
acostumbré
Me acostumbré
al cielo azul:
horizonte sin número,
abecedario trasnochado,
refugio de campanas
labradas por el tiempo;
cementerio arremolinado
de estrellas, cristales y luces
primaverales…
Como un leitmotiv, el presentimiento de su
precoz atardecer, siempre le acompañó, de ahí sus versos que proyectan la
amplitud de su pensamiento respecto a la esencialidad de la vida. Y no se
equivocó, porque, a la postre, solo vive
el alma.
SOLO VIVE EL ALMA
Rondallas sonoras
afinen sus
cuerdas
se acerca el
ocaso,
tiritan los
faros,
la tarde se
nubla,
luego vendrá el
griterío del silencio.
También fue un hombre que se identificó
con la ternura, una de sus mejores aliadas para acercar sus versos al enamorado
adolescente o adulto. Es en estos versos donde sucede la conexión con la
mayoría de quienes los leen.
Mientras duerme la noche
en la opacidad de los cristales
he aprendido a caminar
por los senderos de tu silueta.
Pero para Leonel, la ternura no estaba en las nimiedades, sino clavada bien adentro
de su shunku y la percibía por todos los recovecos por donde transitó: A través
de sus ojos, su nariz y sus pies. La ternura tenía el olor y color de la
madera, de la lluvia de las piedras y
caminos refulgidos por la luna. También estaba en el alimento del habitante
oriental por eso escribió su ordenanza del plátano. Ni qué decir de sus poemas
de denuncia social en tiempos de furia, donde los desaparecidos los
noctámbulos, el desaliento, y el apego por su patria chica se abren paso entre
verso y verso.
Al igual que Ludwin Van Beethoven con su
novena sinfonía, a Leonel se le vino a pasos largos el anochecer en su vida,
por lo que no tuvo la dicha de ver, tocar y sentir su última obra que es un
legado invaluable, no solo a la cultura de nuestra provincia, sino de la
amazonía en su conjunto. Me refiero a su último libro en el que se yergue parte
de la historia del último jefe guerrero
shuar que habitó hasta mediados del siglo pasado en lo que hoy son los
territorios de la ciudad de Zamora.
Su apego por la reivindicación del pueblo
shuar, por el fortalecimiento, la pervivencia de esta nacionalidad ancestral
del oriente ecuatoriana, también aguzaron la pluma de Leonel Feijóo.
Efectivamente en este relato, historia
contada con fascinación y lustre literario, titulada “Martín, el último guerrero shuar” Leonel demuestra su amor por
esta tierra zamorana, ese amor que traspasó las fronteras de la mediocridad y
del ostracismo, para convertirse en un
escritor zamorano y nacional que amalgama, la realidad, los hechos históricos, la
investigación antropológica para
contárnosla con una alegre imaginación literaria.
Y es que Leonel tenía la humildad de los
sabios, caminando a pasos largos hacia la otra etapa de su destino estaba
seguro que lo grandioso del oficio de los que cultivan la intelectualidad es
justamente eso: investigar, crear y entregársela al alma del pueblo para que
permanezca como su legado, sin importar si su autor físicamente viva o no.
El 9 de octubre de 2003, luego que todo el pueblo zamorano le rindiera
tributo en las distintas instituciones donde a su corta edad había laborado, balleteando
entre las notas vocales de Ángel Valladarez que interpretaba el danzante “Vasija de Barro”; que a Leonel tanto le gustaba cantar acompañado de su
guitarra; se marchó a descansar en el huerto de la felicidad diciendo: “Entonces, solo entonces descansaré en el
huerto, atrapado en mis versos de la paz que tanto amo”.
Artículo publicado en la revista CasaAdentro No. 21 de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión. Quito, marzo de 2015.
