jueves, 20 de agosto de 2015

Leonel Feijóo. Amor, ternura, furia y amor por la tierra




       Fig. 1. Fotografóa proporcionada por la familia Feijóo Molina)

Leonel Feijóo.
Amor, ternura, furia
y amor por la tierra

Claudio C. Torres T.

Era el mediodía del 7 de octubre de 2003, la ciudad se movía a medias tintas ya que para muchos era un día  feriado localmente, pues, el día y noche anterior concluyeron los eventos conmemorativos de la fundación de Zamora. Nos envolvía un chuchaqui mortificante, cuando de pronto el “ring” del teléfono hizo saltar mi humanidad. Con cierto desgano levanté el artefacto hasta mi oído…al otro lado, un muy allegado amigo al cual lo saludé, luego,..... ¡Qué dices!... y un largo silencio  vino.  

De pronto una gélida maldición se apoderó de mi cuerpo, mi rostro  tomó el color blanco hueso de la habitación de mi amigo Ángel, a donde hasta ese momento inconscientemente yo había caminado al escuchar tan espeluznante noticia. Sí…al otro lado del teléfono, mi buen amigo Guillermo Villa, me confirmaba que en un accidente de tránsito en la vía Yangana Zumba había fallecido Leonel Feijóo.

Al parecer éramos de las últimas personas en enterarnos de una noticia que ya circulaba por las calles a medio transitar de nuestra apacible Zamora. Es que la figura de Leonel estaba impregnada    en todas las esquinas de la ciudad, ya que  en sus facetas de médico, político y escritor había recorrido toda nuestra geografía, cargado de sus afanes y ejecutorias por mejores días para la población. Él mismo ya lo dijo en alguno de sus publicaciones: “nosotros somos solamente un eslabón de este largo trajinar de la conciencia civilizada. Estamos desempolvando las plumas guardadas en los tinteros manchados de sangre y oro de nuestra tierra”.
La verdad; desde que era un niño había conocido a Leonel, ya que mis familiares también fueron sus pacientes. Luego, sería por el año 1996  cuando nos hicimos amigos, primero, a través de sus poesías, tributarias de esa obra llamada “Yayamayu”, neurálgica en la producción poética de nuestra provincia, obra en la que también intervienen Tito Peña, la extinta dama Sra. Martha Ojeda, la Dra. Rosa Elena Rey y Armando Romero, poetas zamoranos. A través de esta poesía publicada por el Fondo Editorial de la CCE,  me relacioné mucho con las letras de un médico que hablaba de los encantos naturales de su tierra y donde se puede notar que ya empezaba a desprenderse de su vida en el urdir de los versos dedicados  la esposa, a su madre, a su padre, a sus hijas e hijo de los cuales vivió enamorado hasta sus últimos alientos!.
Es en esta poesía, clara como nuestro río “bombuscaro”, en la que él se devela como un “hombre de patria sin fronteras”, porque fue un loco enamorado de la vida, danzando siempre con la alegría, la que le coqueteaba y le contoneaba sus mejores perfiles, aun cuando los problemas y las adversidades arreciaban. Es en esta poesía clavada de realismo, donde él empieza, incluso, a prefigurar su destino porque en unos de sus versos anuncia que “no quería llegar a viejo porque el caminar lento le lastimaría”. Verdaderamente fue un hombre de pasos largos, de apresuramientos en las tareas que realizaba.
Sin embargo, su proverbial sensibilidad con el dolor del pueblo, le hacía tomar poses iconoclastas, siempre contestatario con las malas decisiones de los gobernantes locales y nacionales. Recuerdo que a pocos días del infausto feriado bancario de 1999, en un editorial de la revista “Yaguarzongo” No. 5, escribió: “No queremos soluciones de los Miami Boys, Chicago Boys, o los niños Harvarth. Queremos soluciones criollas, que atenúen el sufrimiento de los Anchundia, Morochos, Paccha, Tiwi, Gualán de tantos y tantos otros”. Inclusive fue un hombre que vio llorar a Dios: “en la parturienta, en la prostituta, en el niño hambriento y haraposo, en la madre sufriente”. Así trascurría su vida hasta que “la nave de la parca encalló en su puerto”.
La música me acercó a Leonel... Sí. En años posteriores, los géneros de música que siempre hemos cantado con Ángel Valladares, y un ansiado proyecto de formar un coro institucional de la CCE, (Para entonces él fungía de Presidente del Núcleo Provincial) produjo calurosos encuentros personales con Leonel, situación que también lo comenta en el editorial antes mencionado. Es en estos tiempos en que empezamos a conocernos personalmente. Me atrevo a aseverar que por la afinidad y lo amenas que resultaban las tertulias con Leonel, parecía que nos hubiésemos conocido toda la vida.
Atreviéndome a contar algo de su producción literaria, desde mi modesta percepción, debo decir que su aguzada pluma, sin  duda la podemos advertir en su segunda producción poética “Gritos de la Sangre” (año 2000). Para entonces, el maná literario nos había llegado a Zamora, de la mano de Leonel. En ésta poesía; a veces entregada, otras veces esquiva, milagrosa, nos habló de tres momentos inevitables en todo ser humano: tiempos de nostalgia, tiempos de ternura y tiempos de furia como ingredientes necesarios para sobrevivir. No fue un hombre de rutinas, ya que todos los días se movía,  física o intelectualmente, pero se movía. Sin embargo, en tiempos de nostalgia se dio espacio para hablarle por ejemplo a la costumbre:
Me acostumbré

Me acostumbré
al cielo azul:
horizonte sin número,
abecedario trasnochado,
refugio de campanas
labradas por el tiempo;
cementerio arremolinado
de estrellas, cristales y luces primaverales…

Como un leitmotiv, el presentimiento de su precoz atardecer, siempre le acompañó, de ahí sus versos que proyectan la amplitud de su pensamiento respecto a la esencialidad de la vida. Y no se equivocó, porque, a  la postre, solo vive el alma.

SOLO VIVE EL ALMA

Rondallas sonoras
afinen sus cuerdas
se acerca el ocaso,
tiritan los faros,
la tarde se nubla,
luego vendrá el griterío del silencio.

También fue un hombre que se identificó con la ternura, una de sus mejores aliadas para acercar sus versos al enamorado adolescente o adulto. Es en estos versos donde sucede la conexión con la mayoría de quienes los leen.

Mientras duerme la noche
en la opacidad de los cristales
he aprendido a caminar
por los senderos de tu silueta.

Pero para Leonel, la ternura no estaba  en las nimiedades, sino clavada bien adentro de su shunku y la percibía por todos los recovecos por donde transitó: A través de sus ojos, su nariz y sus pies. La ternura tenía el olor y color de la madera, de la lluvia de las piedras  y caminos refulgidos por la luna. También estaba en el alimento del habitante oriental por eso escribió su ordenanza del plátano. Ni qué decir de sus poemas de denuncia social en tiempos de furia, donde los desaparecidos los noctámbulos, el desaliento, y el apego por su patria chica se abren paso entre verso y verso.

Al igual que Ludwin Van Beethoven con su novena sinfonía, a Leonel se le vino a pasos largos el anochecer en su vida, por lo que no tuvo la dicha de ver, tocar y sentir su última obra que es un legado invaluable, no solo a la cultura de nuestra provincia, sino de la amazonía en su conjunto. Me refiero a su último libro en el que se yergue parte de la  historia del último jefe guerrero shuar que habitó hasta mediados del siglo pasado en lo que hoy son los territorios de la ciudad de Zamora.

Su apego por la reivindicación del pueblo shuar, por el fortalecimiento, la pervivencia de esta nacionalidad ancestral del oriente ecuatoriana, también aguzaron la pluma de Leonel Feijóo. Efectivamente  en este relato, historia contada con fascinación y lustre literario, titulada “Martín, el último guerrero  shuar” Leonel demuestra su amor por esta tierra zamorana, ese amor que traspasó las fronteras de la mediocridad y del ostracismo, para convertirse  en un escritor zamorano y nacional que amalgama, la realidad, los hechos históricos, la investigación antropológica  para contárnosla con una alegre imaginación literaria.

Y es que Leonel tenía la humildad de los sabios, caminando a pasos largos hacia la otra etapa de su destino estaba seguro que lo grandioso del oficio de los que cultivan la intelectualidad es justamente eso: investigar, crear y entregársela al alma del pueblo para que permanezca como su legado, sin importar si su autor físicamente viva o no.

El 9 de octubre de 2003, luego  que todo el pueblo zamorano le rindiera tributo en las distintas instituciones donde a su corta edad había laborado, balleteando entre las notas vocales de Ángel Valladarez que interpretaba el danzante  “Vasija de Barro”; que a Leonel  tanto le gustaba cantar acompañado de su guitarra; se marchó a descansar en el huerto de la felicidad diciendo: “Entonces, solo entonces descansaré en el huerto, atrapado en mis versos de la paz que tanto amo”.


Artículo publicado en la revista CasaAdentro No. 21 de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión. Quito, marzo de 2015.