lunes, 11 de abril de 2016

Entendiendo la casa y la sociedad donde vivimos

Entendiendo la casa y la sociedad donde vivimos

Ensayo

Claudio Torres Torres



El Grito III. Guayazamín


Son las personas adultas y adultos mayores quienes a diario nos hacen ver los contrastes que existen entre el tiempo actual, comparado con el que a ellas les que les tocó vivir en su niñez y juventud. Entonces, saltan temas como el comportamiento juvenil, el colegio, la sociedad, las relaciones parentales, la convivencia familiar, códigos de disciplina, etc. Y es que en las dos últimas décadas, nuestra ciudad también, ha dejado de ser esa tan “apacible” ciudad oriental y al igual que otras urbes del País, se ha visto parte de esos acelerados y vertiginosos cambios que  están sucediéndose dentro y fuera del núcleo familiar.

De antemano, toda sociedad no es estática, es dialéctica; sin  embargo para la mayoría de habitantes, estos  cambios nos confunden y nos han puesto a cavilar sobre el sentido, la direccionalidad y en sí el rumbo que están tomando las generaciones jóvenes. Es posible que me equivoque al querer buscar explicaciones sobre las características de nuestra contemporaneidad local, sin embargo considero que en el caso de nuestra ciudad, esta avalancha, o esta ola como la llama Tofler (Tofler, 1985) la estamos sintiendo y quizá se deba a múltiples factores, de los cuales analizaremos algunos.


El barrio donde vivimos, esas calles y esquinas otrora acogedoras, donde todos nos conocíamos y sabíamos inclusive las necesidades de las familias, de los vecinos, porque era usual socorrerse hasta con  un poco de sal, azúcar o manteca, pues ciertamente este barrio no es  igual al de décadas anteriores, debido a que hoy ya no existe el mismo nivel de comunicación entre hogares, ni la reunión, ni la comida de fin de año donde todos los vecinos se concitaban para darse el feliz año; y es que en contraste con aquellas épocas, en la actualidad cada familia  pasamos la mayor parte del tiempo en casa, encerrados, individualizados, y en el mejor de los casos, reunidos todos sus miembros.


Otro cambio muy notable que se advierte en el tejido social, es ese templo sagrado llamado escuela o colegio a donde en nuestros tiempos de niñez y juventud debíamos acudir con la mejor compostura que se podía mostrar a la sociedad. Pues sí, la escuela o el colegio ese partenón griego moderno, era la prioridad en la vida de un niño o joven que quería, tenía y aprovechaba la oportunidad de superarse, y claro, el involucramiento de los padres de familia era protagónico. En contraste con ello, hoy de pronto nos admira el comportamiento del estudiantado, la subestimación y el desdén de la mayoría de los jóvenes y de los padres o representantes para con la institución educativa, siendo muy difícil, casi imposible el involucramiento, el compromiso de todos los padres de familia y representante con el colegio, con la escuela. ¿Será que esto es más evidente porque, de acuerdo a las normativas vigentes, el estado no les ha otorgado a los padres de familia tantas responsabilidades como sí tiene los derechos?. En más del 50% de representantes, la colaboración es casi nula y existen muchos casos en los que los padres de familia no se preocupan por lo que sucede con sus hijos en el colegio en 2, 3 4 o más  meses; es más, ven al colegio o la escuela como el sustituto de su rol y en los casos más críticos, como el enmendador, el que debe corregir las deformaciones de comportamiento de sus hijos adquiridas en casa.


Entonces, podríamos pensar, de pronto, que nos vemos rodeados de un comportamiento evanescente de una gran parte de la los adolescentes y jóvenes de nuestra ciudad, evanescencia en el comportarse , en el estudiar, en lo que debe aprender, en sus responsabilidades, lo lamentables es que esta evanescencia también la están padeciendo los padres modernos, pues son muy efímeras las responsabilidades, los proyectos de vida y lo que es peor hasta el amor de pareja o la familia se ha tornado muy ligero o pasajero y es que para variar, los puntos de referencia actuales no son solo los miembros de la familia, sino lo global, la aldea global, las referencias son lo que también sucede  en otras esferas debido a la globalización (que es otra tulpa en la que se sostiene esa gran olla donde se cocina la vida diaria  de nuestra sociedad),  esa sociedad con nuevos atributos como la obicuidad, entendida ésta última, como esa posibilidad de presenciar en vivo o en cuestión de minutos lo que sucede en muchos lugares, porque estamos en movimiento permanente a través de pantallas y dispositivos.


Zygmunt Bauman, una de las mentes más importantes en la sociología y filosofía modernas en su teoría de la modernidad líquida acuñada en el año 2009, tiene una explicación que nos viene bien en la búsqueda de respuestas respecto a estos cambios que estamos viviendo en la actualidad.
 Bauman dice: “surfeamos en las olas de una sociedad líquida siempre cambiante, incierta y cada vez más imprevisible [….] donde hasta la progenitura, el núcleo de la vida familiar ha empezado a desintegrarse con el divorcio […] donde los abuelos y abuelas son incluidos o excluidos y cada vez con menos posibilidades de incidir en las decisiones de sus hijos e hijas” (BAUMAN, 2004, pág. 12).

 Y es que el individualismo (muy abordado en la teoría antes mencionada) se presenta como una constante en la vida moderna, como otro de los atributos de la sociedad capitalista, a decir del mismo Bauman. Individualismo manifiesto en las relaciones entre los miembros que integran la familia, donde cada miembro tiene un ritmo de vida diario que en la mayoría de casos es desconocido por los demás miembros de la familia y más aún por nuestros vecinos.

 La conversación, el diálogo, la escucha entre los miembros de la familia y de la sociedad, están siendo desplazados poco a poco por el chat y por otras variadas alternativas de comunicación digital que conmina a la persona al individualismo, a la abstracción, a la simplificación de las palabras, al distanciamiento, al empleo de nuevos códigos de lenguajes, algunos totalmente desconocidos, pero que nos obligan a aprenderlo y aprehenderlo. Como tal, en lo educativo, las habilidades, la expresión verbal, las relaciones cercanas entre los miembros de la familia se van degradando en las nuevas generaciones como consecuencia de que en los hogares e instituciones educativas estamos educando generaciones de individuos que bien se enmarcarían en las llamadas “categorías zombis” y de “instituciones zombis”, que están “muertas y todavía vivas”. (Beck, 2007). Entonces, vemos que “la individualización ha quitado a la clase su identidad social, por lo tanto la clase social es una categoría zombi, por estar muerta y viva a la vez” ( Roque Duque, 2013). Este comportamiento lo podemos percibir a diario, primero en la casa, luego en el colegio e incluso en la calle. Niños, adolescentes y adultos conectados a un mundo paralelo y desconectados de la realidad.

 Y a propósito de ello, en una reciente entrevista hecha por Ricardo de Querol a Zygmunt Bauman y publicada en el diario EL PAÍS de España, el 9 de enero de 2016, el periodista lo califica al sociólogo como “la voz del precariado” y respecto a la utilización de las redes sociales, el sociólogo afirma:

 Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara […] el diálogo real no es hablar con gente que piensa lo mismo que tú. Las redes sociales no enseñan a dialogar porque es tan fácil evitar la controversia […] las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa” (Querol, 2016).

 Y es que estos nuevos recursos no solo han modificado los comportamientos sociales, sino que han propiciado un cambio en los estilos de vida de las personas y lo que antiguamente parecía ser un concepto o un estado inamovible, en la actualidad se ha modificado. Pongo un ejemplo: Las y los monjes de un claustro podríamos decir que en la actualidad, en cierta forma ya no  son de claustro, porque al momento que ­desde su vida comunitario se conectan a  través de un computador o  un iPod, entonces a través de  lo virtual podrán pasear por todas las autopistas es decir, han salido del claustro, lo cual no significa que sea malo o equivocado, sino al contrario; muy bien usados, les podrá mejorar la vida, en la comunicación con sus hermanas y hermanos que están en  otros puntos del planeta y sobre todo con su familia.

Es más, este mundo virtual, paralelo al real, hoy se ha tornado un interesante recurso y a la vez pernicioso para las pequeñas y grandes empresas, y para los gobernantes, ya que ha sido y sigue siendo  el canal más eficiente para convocarse a masivas concentraciones a favor y/o en contra de algo o alguien; claros ejemplos de ello tenemos: los indignados en España en mayo del 2011, de donde surgió el Movimiento 15M; Siria 2011, 2013, Brasil 2014 y 2016, entre otras. En Bolivia, el presidente Evo Morales, manifestó que fueron las redes sociales las que incidieron para que perdiera el referéndum del pasado 21 de febrero (Lafuente, 2016) y Barack Obama en su reciente visita a Cuba dijo que  el emprendimiento de Google, hace parte de un plan más amplio para mejorar el acceso a Internet en la isla. (Ayuso, 2016).


El que aprendamos a convivir con esta nueva sociedad líquida, con el individualismo, la obicuidad y evanescencia de las generaciones presentes son, sin duda, un gran reto para la gente adulta, son nuevas actitudes para las cuales aún quizá no estamos preparados para en este entorno criar y educar a las generaciones jóvenes; o por lo menos demandará mucho estudio, reflexión, diálogo abierto y preparación. Inclusive la política, se ha quedado estancada en estos temas ya que los viejos partidos políticos están atados al pasado, pensando cómo resolver los problemas del presente con la tradición y las amarras del pasado en sus pies.

En estos escenarios, creo que la experiencia y la sabiduría son un pilar fundamental en el que la familia debe apoyarse, así, la tolerancia, el diálogo franco, abierto y sin tapujos es el primer recurso que debemos utilizar ahora más que nunca y empezar a retomar y a acoplar al presente, la sabiduría ancestral de nuestros mayores,  la sabiduría andina, como el sumak kawsay y los principios de los pueblos indígenas: ama shwa (no robar), ama llulla (no mentir), ama killa (no ser ocioso), pero no con la pedagogía de hace 20 o 30 años. El diálogo, la escucha y la mirada inteligente y asertiva deben ser constantes en la actualidad, donde el tradicionalismo, las rencillas, el resentimiento, las falsas lealtades, no tenga tanto peso como las dinámicas modernas.

 Y quizá debemos empezar aceptando que hasta nuestras apacibles ciudades del oriente ecuatoriano, esta teoría se pensaba lejana, sin embargo no es así. Hoy que ha transcurrido una década y medio del siglo XXI es una realidad,  esta ola, que en el lenguaje de Tofler la llama la tercera ola, ya ha llegado y no podemos, ni debemos escapar de ella.
 



Referencias

Roque Duque, L. E. (10 de Septiembre de 2013). Conceptos "Zombi" en la sociedad moderna. Obtenido de Analistas independientes Guatemala: www.analistasindependientes.org
Ayuso, S. (21 de marzo de 2016). Obama anuncia que Google extenderá Internet en Cuba para dar más voz a la gente. EL PAÍS.
BAUMAN. (2004). La Modernidad Líquida. Buenos Aires, Argentina: GRAFINOR S.A.
Beck, U. (2007). LaIndividualización. Madrid: Paidos, Estado y Sociedad.
Lafuente, J. (24 de Febrero de 2016). Evo culpa a la “guerra sucia” y a las redes sociales de su derrota. EL PAÍS.
Querol, R. d. (9 de Enero de 2016). Las Redes Sociales son una Trampa. EL PAÍS.
TOFLER, A. (1985). La Tercera Ola. México: Ediciones Orbis.


Galí...El Pintor Errante

Galí

Cuento

Claudio C. Torres



Gilberto sintió nuevamente que se detenía el planeta, mientras observaba libidinosamente a Daniela, la chica de la esquina a la que  casi todas las mañanas cuando salía a comprar la horchata, por lo menos en su mente, disfrutaba profanando su cuerpo, imaginando un libreto donde desprendía desde la vincha hasta sus zapatos, ya amorfos  por el uso en el colegio. Quiso abordarla para hacerle saber de su finura en el trato o por lo menos saludarla, pero de pronto recordó que ese día nuevamente había pospuesto su baño. Para él, un baño a la final era un tema de poca monta, porque  “¡sus pensamientos e ideas no surgían producto del jabón, o del bañarse todos los días!, sino de su mente creadora de reconocido artista de la plástica y escultor” –se decía-, incluso muchas veces estaba tan seguro que su técnica y su estilo desde hacía años había superado a la de Courbet o Goya.

La ciudad que le había tocado visitar en esta vez, quizá no era mejor que la anterior, pero para su negocio dejábase ver muy promisoria; una ciudad donde era inminente la competencia entre lo tradicional con la aplastante modernidad de sus edificaciones, calles que parecían pistas de aterrizaje, muchos autos y semáforos   por doquier, negocios de cachivaches por una esquina, locutorios de telefonía y servicio de internet en la principal y una biblioteca y sala de arte, casi siempre vacías. De todas formas, Gilberto sabía que en una ciudad que se veía así, era posible encontrar personas que se interesaran por su arte, es más,  recordó que cuando ingresó caminando por primera vez a la ciudad, se sintió como héroe romano, pues, las grandes palmeras de la larga avenida, parecían hacerle  la venia a su paso y aunque supo que fue  el pertinaz viento el que las inclinaba, sin embargo  en su fama de grande, estaba casi seguro que eso fue un buen augurio.

Llevaba Gilberto el segundo día en esa ciudad que, más que por su verdadero nombre, la llamaban  “La Encantada”. En esa madrugada,  una estrepitosa caída desde la reducida cama del hotel de mala muerte que había rentado le hizo despertarse a las cuatro y treinta de la mañana. A la par que encendió una tenue luz amarillenta que apenas coloreaba la habitación, se sentó al filo de la cama y pensaba en voz alta: “En una pendejada de ciudad como ésta, qué diablos les voy a pintar. La gente que vive aquí a lo mejor no aprecia el arte, quizá no lo entiende o aún no evoluciona como para comprar una de mis obras”. Su pies descalzos hicieron rechinar el vetusto tablado del hotel al sentir todo el peso de su cuerpo, caminó dos pasos y había llegado hasta la puerta del cuartucho; regresó, se rascaba la cabeza, tomó una botella de agua que se había percatado de llevar la noche anterior y bebió unos cuantos tragos con la esperanza de volverse a dormir. De pronto algo se cruzó por su mente y es que su memoria le reiteraban una consigna politiquera que había escuchado el día anterior en la calle. Se le vino, entonces la idea que si pintaba algo que la mayoría de gente conociera, algo con lo cual muchos se sintieran identificados y aguzados en su espíritu, no iba a correr el riesgo de tener que regalar su obra de arte; así es que regresó a meterse entre las cobijas, diciéndose: “¡Sí!, ¡claro que sí!….al pintar lo que tengo en mente alguno de este pueblo me lo va a comprar”. El canto de las aves mañaneras le anunciaron el amanecer, pero ese día Gilberto decidió que el tan solo haber resuelto el tema sobre el cual trabajaría el mes en “La Encantada,” era más que suficiente para seguir metido entre las cobijas.

La estrategia de  Gilberto, o Galí, como se hacía llamar artísticamente, ya daba sus frutos: primero, contactar un lugar donde pintar al aire libre para que la gente que pase, lo vea trabajando; luego amigarse con una persona  que a semejanza de los mecenas del siglo de las luces, le pueda ayudar con algo para su proyecto itinerante; ver el lugar estratégico dónde mitigar el hambre, ¡lo demás  era cuestión de suerte!... Se decía así mismo. Habían pasado 5 días y ya contaba con el permiso de don Carlos, el dueño de la única galería situada en la arteria principal de la ciudad; don Jaime, un político fracasado, pero de buen corazón, el cual le propinó algunos dólares para comprar lo necesario y así empezar la obra; y una fonda de comida donde aplacaba el hambre luego de las faenas artísticas de cada día. ¡Ah!, por cierto, también era parte de su itinerario, el mercado de la ciudad, donde la horchata, hervida con más de diez plantas, humeaba desde las seis de la mañana. Es más, fue en esta ruta donde un día a las 7 de la mañana, el viento de verano le trajo hasta sus peludas fosas nasales el fresco olor  de los primeros brotes de primavera que emanaban del cuerpo de una hermosa colegiala…. Daniela, cuyos cabellos mojados, falda hasta la rodilla y blusa blanca que delataba  un sostén rosado que levantaba sus pechos adolescentes, habían desordenado la mente de Galí. La conoció al tercer día de haber llegado a La Encantada, y supo su nombre porque escuchó a uno de sus compañeros de colegio saludarla como Danielita. Desde aquel entonces, esa hembra  a la cual casi triplicaba en edad, inflamaría su inspiración para culminar la obra.

Del contenido misceláneo de su mochila, tela de carpa, sacó algunos lápices   y borradores que, asidos a sus escamosos dedos de artista, empezaron  su trabajo sobre el templado lienzo de 70 centímetros de ancho, por cien centímetros de alto, fabricado con los recursos obsequiados por el buen mecenas de la ciudad. En su mano, los pinceles parecían esculturales patinadoras sobre una pista de hielo; con los colores de arriba abajo, de un lado a otro, las facciones en el rostro de Galí acompañaba siempre el movimiento de los trazos y los pinceles. Como no acostumbraba sacarse el abrigo color marrón, a pesar de las temperaturas elevadas,  su cuerpo exudaba hasta por los poros de la camisa larga que lleva por dentro; según su pensamiento le gustaba que la gente a su paso por el patio de la galería le vea el rostro enjugado de esfuerzo, le gustaba que le vean  su cara, esa cara que había resistido muchos años de sol y los golpes de una vida adversa y negra como el color de su piel, pero que a pesar de ello, un día comprendió que la vida es un gran escenario donde cada uno planteamos el libreto desde lo que somos y  con lo que tenemos para dar al mundo. ¡Lo mío!, se decía: ¡es mostrarle a la gente que a pesar de mi apariencia puedo hacer que se enamoren de mí, a través del arte”.

Carlos, el dueño de la galería, se fascinaba todas las mañanas y tardes al ver cómo avanzaba la obra del raro artista, habían pasado  por ahí: autoridades, estudiantes, niñas, niños, prostitutas, ladrones, adúlteras, sacerdotes, monjas, trabajadores, universitarios, estudiantes de arte, aniñadas y más personajes…todos se detenían a observar la obra del diestro pintor, y Galí, en cada uno reconocía una mirada de controversia al ver la obra y a su autor. Incluso, en una mañana sintió que una jauría de perros lo admiraban con sus ladridos.

Pasadas las 3 semanas y media, Galí, había anunciado al dueño de la Galería que está por culminar su obra y que, apenas concluya, le devolvería su caballete, a más que le reiteraba su agradecimiento por su apertura para el arte, le dijo: “Tengo que entregar este cuadro en 4 días,   y me marcharé hacia un nuevo destino, tan solo quiero que me haga un último favor y me proporcione unos cuántos dólares para el pasaje”. Carlos no reparó en dárselos,  en realidad, no era mucho lo que le había pedido, sintió que el solo haberle facilitado el patio de la galería y un caballete, era poco.

Una mañana, luego de beber un hirviente y gelatinoso vaso de horchata con sábila   y haberse fascinado, por última vez, con el olor y la belleza de Daniela, con su mochila cargada de todo, tomó la avenida por la que un día entró y se marchó hacia otra ciudad. Su abrigo marrón, su barbado rostro y sus zapatos  amarillos caña alta, de los de explorador, se perdieron entre las grandes autopistas y semáforos de La Encantada.

A mediados del año siguiente Carlos y su familia fueron de visita donde su buen amigo Juan que vivía en la Capital. Desde la entrada a la sala de la casa de su amigo, sintió que un gran cuadro asido a la pared, lo llamaba, pues se le hizo muy familiar. Al acercarse le preguntó a su amigo. “¿Dónde adquiriste este cuadro?. El amigo le  respondió: “El año anterior cuando estuve de paso por tu ciudad, se lo compré a un pintor errante. -y añadió- “nunca he visto la figura del Viejo Luchador, Eloy Alfaro y su espada” tan bien hechas, no te parece?.... Carlos, medio sorprendido y confundido apenas asintió con la cabeza, mientras leía en el vértice inferior derecho de la pintura el nombre de su autor……Galí.


Publicado e REVISTA "YAGUARZONGO" No. 47
ISSN 1390 -9312
IEPI - CUE -001944