El cuidado de la naturaleza, una mirada a
la luz del capítulo VI de la Encíclica
LAUDATO SI
Claudio
Torres
¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos
sucedan, a los niños que están creciendo?. Esta es la constante en la encíclica
“LAUDATO SI”, del Papa Francisco, que está inquiriéndonos en todo el texto
papal; una pregunta que desequilibra el egocentrismo del ser humano y que va
más allá de lo que comúnmente estamos haciendo en nuestro tránsito por la vida
terrenal, pues creo que ninguna persona que pasó por este mundo sin haber hecho
algo por los demás, se puede decir que haya vivido.
“Educación y espiritualidad ecológica” es el título del capítulo VI de esta encíclica, donde el
Papa Francisco resalta en primer lugar que el ser buenos ciudadanos del mundo
(no se diga, buenos cristianos) va más allá de hacer el bien al prójimo, de la
solidaridad que debemos profesar entre todos a quienes Dios nos legó este
paraíso que se llama naturaleza. Subraya que es obligación de todos ver a la
naturaleza también como nuestro prójimo, por ello insiste que “los deberes con la naturaleza y el Creador,
forman parte de nuestra fe” (Francisco, 2015) y es que la
mayor parte de los pobladores de este
hermoso planeta, aún en la edad evolutiva que tiene nuestra especie humana, no hemos
logrado entender que la tierra palpita, que siente, que la tierra tiene inteligencia y sabiduría suprema a la
nuestra; aún no logramos entender que nuestro planeta sangra. En verdad, aún no
hemos entendido que es un prójimo más con el que también tenemos deberes y
obligaciones, máxime cuando nuestras malas acciones hacia ella se revierten en consecuencias
para nosotros. La conciencia ambiental del ser humano también ha caído en
crisis porque ha sido comprada por la búsqueda de un desarrollo económico
desmedido y a veces injustificado; “es la crisis de toda una concepción del
mundo y de la vida basada en la idolatría de la técnica y en la explotación del
hombre. Para la obtención del dinero, han sido válidos todos los medios” (Sabato, 2000, pág. 57)
Hace más de 800 años, Giovanni di Pietro di Bernardone,
más conocido luego como Francisco de Asís, por allá en (Italia), ya nos dio un
gran mensaje sobre la verdadera espiritualidad ecológica que debemos tener cuando a la naturaleza y a toda la creación la llamó
hermana, y exalta al Creador con un poema en el que nos invita a ver la creación como a nuestro prójimo con el que
debemos tener una verdadera cercanía y hermandad porque es nuestra madre: “Alabado seas, mi Señor, por la hermana
nuestra madre tierra, la cual nos sostiene y gobierna”.(San Francisco,
s.f.)
El segundo aspecto, quizá es el fundamental y parte de
la causa para que se dé lo que ya he mencionado con anterioridad. Es el tema
educativo. Y hablar de educación, es zanjarnos y hacer una digresión de lo
meramente instructivo - curricular para hablar de los valores sobre el
conocimiento, respeto, cuidado y amor por la naturaleza y todo lo que
constituye nuestro entorno. Esta tarea educativa que debe ser como lo dice la
Carta Solemne, donde se vean involucrados “los
ambientes educativos, ante todo, la escuela, la familia, los medios de
comunicación, la catequesis”. (Francisco, 2015b)
En la casa, es donde mayormente usamos el agua,
generamos desechos contaminantes y no contaminantes, empleamos combustibles y energía
eléctrica. Luego, también es tarea de los padres, enseñar al niño sobre la casa
grande llamada tierra, sobre lo que representa para el ser humano y sobre todo
el respeto que se le debe guardar, el sembrar esos buenos hábitos de
convivencia, es la tarea primigenia y fundamental de la casa, no del gobierno
local, ni de la escuela, éstos últimos actores vendrían a complementar esta
tarea a través de la enseñanza desde el conocimiento científico acumulado hasta
ahora por la humanidad sobre el comportamiento, los procesos y la vida que
bulle en la naturaleza. Desde esa lógica cumpliríamos con la función de la
educación desde las nuevas exigencias sociales; el que los alumnos “adquieran
las competencias necesarias que les permitan aprender a aprender, aprender a
convivir y aprender a ser” (Giráldez & Pimentel, 2015)
Por lo tanto, la tarea de buenos ciudadanos del mundo
implica también una gran sensibilidad con la naturaleza, y con todos los seres
que en ella habitamos, implica que tenemos la obligación de incluir a la madre
naturaleza y a toda la hermana creación que en ella habita, en nuestra fe
cristiana basada en obras; subrayaría, primero
la familia donde con simples gestos cotidianos debemos romper esa “lógica” del
descarte y promover la enseñanza de
estos valores a través de la vivencia y el buen ejemplo. Este mensaje es un
llamado urbi et orbe desde la voz del sucesor de Pedro en la tierra ya que
efectivamente “El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado
no son capaces de defender o de promover adecuadamente” (Francisco, 2015c). En
la historia, el ser humano fácilmente ha sacrificado y sigue sacrificando a la
naturaleza por la seducción de la riqueza fácil, “La alfombra vegetal, la flora
y la fauna fueron sacrificadas” (Galeano, 1970, pág. 97) , pero con esa misma
capacidad que tenemos de seres inteligentes, podremos sino revertir, por lo
menos detener esta realidad.
Zamora, 26 de febrero de 2017
Referencias
Francisco, S. P. (18 de Junio de 2015). LAUDATO SI.
Roma, El Vaticano: Libreria Editrice Vaticana.
Francisco, S. (s.f.). www.franciscanos.org.
Recuperado el 25 de febrero de 2018, de www.franciscanos.org/recursos/el
cántico de las criaturas 1289
Galeano, E. (1970). Las
Venas Abiertas de América Latina. Montevideo: SIGLO XXI.
Giráldez, A., &
Pimentel, L. (2015). EDUCACION ARTÍSTICA, CULTURA Y CIUDADANÍA.
Barcelona: OEI.
Sabato, E. (2000). La
Resistencia. Argentina: Planeta Argentina S.A.I.C.
